Mi grupo está atravesando su adolescencia, lo sabe y trata de aprender
de cada situación nueva que se presenta en sus tareas diarias. Esto
me hace pensar en la posibilidad de que llegue a ser un equipo, un grupo maduro
de profesionales maduros.
Recuerdo mi adolescencia con cariño y algo de nostalgia. Esa edad en
que se plantean las más diversas situaciones y alternativas, esa edad
en que aprendemos a elegir. Recuerdo a algún amigo preocupado por sus
granitos en la cara, a otro por su escaza altura para triunfar en el basketball,
a alguna amiga por el tamaño reducido de sus lolas y a nuestro equipo
de rugby por desplegar las mismas tácticas que los grandes equipos
de los años 70. Los años pasaron y todos crecimos. El tiempo
pasó y la mayoría también maduraron. Se fueron los granitos,
crecieron las lolas y alguien comprendió que para destacarse en un
deporte a veces no importan las condiciones naturales. Sin embargo no todos
lo lograron, algunos lo hicieron tarde y otros nunca. Nuestro equipo de rugby
no entendió que para armar una estrategia y que sus miembros la cumplan
en conjunto, hace falta tiempo.
Pienso que las organizaciones jóvenes deben atravesar la etapa de su
adolescencia de la misma forma que las personas, además de crecer deben
madurar cada uno de sus miembros y el conjunto de ellos. Para esto hace falta
un ingrediente indispensable, tiempo. Las organizaciones que no lo tengan
en cuenta, solo crecerán y nunca serán un conjunto maduro de
profesionales maduros. Por ejemplo, no entenderán la causa de por qué
no consiguen desarrollar la forma de trabajo pre definida, minimizarán
la capacitación continuada de sus miembros, no lograrán jamás
la inducción del espíritu y la esencia de sus procesos de trabajo
en sus miembros, ya que para alcanzar todos y cada uno de estos objetivos
hace falta además de conocimiento y esfuerzo, tiempo. Si esto ocurre,
si se tratan de alcanzar algunos de los objetivos salteando etapas, sin tomarse
los días, meses u años necesarios para madurar, les acurrirá
lo mismo que a mis amigos rugbiers de la adolescencia, que nunca entendieron
la razón de su inalcansada estrategia de juego.
Conclusión: con la única moneda que se puede comprar madurez,
es con tiempo.
Guillermo
Pantaleo, junio de 2004.